Historia de Oaxaca: Relato de la Calenda

“La calenda"
Por Guillermo Rangel Rojas

El pueblo tenía semanas aguardando el día de la calenda de Santo Domingo, en la ciudad de Oaxaca; las señoritas sacaban por fin del baúl de cedro los botines de charol y las enaguas de tercal con encajes y los listones de colores, entre risas comentaban que todo el barrio participaría en la celebración y que la madrina de la calenda tenía gastos cuantiosos; en unos días sería la fiesta religiosa, pero hoy, después de conseguir el permiso, se reunirían a las cuatro de la tarde en el atrio.

El 16 de diciembre, día de la calenda de la Soledad, era el día de los coheteros, de las banderitas de papel de china, de las marmotas, farolitos, ceras; todo el barrio oía como se anunciaba la salida de la calenda con tres repiques de campanas, salían encabezados por la chirimía y el tambor, costumbre ancestral, y al terminar de salir del atrio tocaban todas las campanas del templo; los vecinos se estremecían cuando tronaba el cañón de pequeño calibre (sin bala) de la Soledad que había regalado Morelos a la Virgen y que durante la revolución se perdió.

Un joven de bigote era el privilegiado de cargar la marmota esférica más grande con velas en el interior, estas esferas en el siglo XVIII se pintaban con misterios religiosos relacionados con la fiesta que se celebraría después, eran una predicación viva de la doctrina; a los actores que representarían la pastorela o cuadro religioso, ya caracterizados pasaban a recogerlos a su domicilio con una carreta engalanada vistosamente y los acompañaba la marmota, probablemente de ahí nacieron los carros alegóricos, desde 1741 por disposición del Ilmo. Tomás Montaño y Aarón, abrían la procesión unos monigotes representando las razas bajo el imperio de Jesús, el pueblo los llamó “Los Gigantes”.

Los parroquianos llevaban cientos de velitas, adelante iban el mayordomo y el maestro cohetero con sus oficiales y su tizona, le seguían los aprendices con chiquihiutes donde cargaban los cohetes y en cada esquina se lanzaba un cohetón y se quemaba una rueda “Catarina” que paseaban anunciando su presencia a los demás barrios.

Detrás venía la banda de viento, ejecutando melodías mientras bailaban la marmota, los gigantes y las chinas. En seguida los vecinos, iban llevando en las manos “farolitos” y “varas de carrizo” adornadas con papel de china, flores o faroles, haciendo más vistosa la calenda.

Las señoritas que cargaban las canastas enfloradas, las “Chinas”, hacían mandas o actos de penitencia pública, terminaban muy cansadas porque la canasta del adorno floral iba llena de piedras.
Manuel Martínez Gracida a principios del siglo pasado decía: “Llama la atención pública en esta calenda las canastas que llevan las muchachas sobre la cabeza, adornadas con flores del tiempo, figurando templos, palacios, arcos, coronas, monogramas de María, etc., las cuales merecen alabanzas por artísticas”.

Jorge Octavio Acevedo en “Las Calendas” comenta que: “En tiempos coloniales las calendas se hacían visitas entre sí. Costumbre que implantaron los frailes y se llevaron a efecto hasta la época de la Reforma. La calenda de Santo Domingo se dirigía hacia el templo de San Francisco por las calles de El Reloj, Santa Catalina, de Vega, de Magro, de la Palma, de San Agustín, del Credo, de la Loca y del Cerrojo (actuales calles 5 de Mayo y Armenta y López) hasta llegar al convento de San Francisco, donde era recibida con cohetes, música y algún obsequio en el patio principal del monasterio. De igual manera la visita era pagada por los franciscanos. A esto se le nombró “El Cumplimiento”.

Bibliografía.
Acevedo Jorge Octavio: Las Calendas. Taller Gráfico IMPORT. Coyoacán, D.F., 1985. Facsímil de la edición de 1933.
Castro Mantecón Javier. Noche de Rábanos en Oaxaca. Revista, Oaxaca Nuestra Causa Común.
Alejandro Méndez Aquino. Noche de Rábanos. Biblioteca Pública Central. 1990






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